PilarAlhambra
  MONASTERIO DE CAAVEIRO
 

" La soledad es la suerte de todos los espíritus excelentes"

 



 

Hubo un tiempodonde los confines de la vieja provincia de Gallaecia eran refugio de eremitas, anacoretas y monjes, que encontraban en sus bosques un espacio perfecto para la meditación interior y el encuentro con Dios. Por desgracia la "moderna" Galicia poco iene que ver con aquella que conocieron San Fructuoso o Prisciliano, y son pocos los lugares que pueden recordarnos a aquellos paisajes atlánticos. 

Uno de ellos es el parque natural de las Fragas do Eume, un valle tan angosto y aislado que e ha conservado intacto más por las dificultades de acceso que por propia voluntad del hombre. Este bosque atlántico tiene por eje biológico y geográfico al Rio Eume, el mismo que da nombre a la ría y al pueblo de Pontedeume, la antigua Pontumio de los romanos, y que al igual que ocurre hoy vive por y para su precioso puente, nudo de comunicaciones entre el norte y el sur de la costa coruñesa.
Pero si Pontedeume acoge la vitalidad mundana en  el Eume, las Fragas son el contrapunto solitario y silencioso del río.
Buscando esta soledad llegaron hasta estos bosques una pequeña comunidad de monjes benedictinos hacia principios del siglo X, monjes que vivían dispersos en cuevas de los alrededores. Pero el gran impulsor del cenobio fue sin duda San Rosendo, llamado en las crónicas Rudesindus Guterri (Roderick hijo de Guter), y uno de los hombres más poderosos de Galicia en aquella época. Entre sus principales actuaciones se encuentra el impulso que dio a la regla benedictina en sus dominios, fruto de la cual se justifica la reforma de Caaveiro. Cuenta una leyenda que un día de invierno San Rosendo se levantó de mala gana, maldiciendo por las adversidades meteorológicas. Inmediatamente se percató de su pecado, pues había ofendido los designios de Dios, que como todos sabemos son inescrutables. Como penitencia lanzó su anillo episcopal al río Eume. Siete años después el cocinero del monasterio preparaba un rico salmón, y encontró maravillado el anillo del Santo, que comprendió entonces que sus penas habían sido expiadas. No se puede decir que este fuese un monasterio de grandes dimensiones, pues en sus mejores años apenas lo habitaron una docena de monjes. Sin embargo su aislada situación le granjearon una justificada fama como lugar de retiro, o de descanso ocasional de personajes ilustres. Su abandono comenzó en el siglo XVIII, y como suele suceder, culminó con la desamortización de Mendizabal. Luego paso a manos privadas, que vieron en Caaveiro un palacete de verano, más que un viejo monasterio. Ha sido en los últimos 15 años cuando se ha emprendido una labor de restauración encomiable, que ha devuelto parte del lustre al conjunto, y lo ha convertido en un punto de referencia turística más que atractivo. El acceso desde el río ha sido empedrado con bonitas lajas de pizarra, que ascienden por un tupido bosque atlántico, hasta alcanzar el cenobio. Lo más sobresaliente es sin duda la iglesia, levantada en una plataforma de acusado desnivel, y que obligó a la suspender la cabecera unos cuantos metros. La característica piedra granítica gallega adquiere en Caaveiro una impresionante potencia, integrada perfectamente en el entorno natural. Incluso la fachada occidental historicista, reconstruida en el siglo XIX por D. Pío García Espinosa no desentona con el resto de la fábrica románica. Se dice también que la vieja casa anexa del prior fue en su tiempo cárcel, y que aquí ejerció la Inquisición algunos de sus terribles castigos y torturas que dieron a Caaveiro una leyenda negra en la comarca. Incluso se afirma que un hueco abierto en una de las salas servía para aplicar la tortura por goteo, una de las formas más sádicas de minar moralmente a un hombre. Sea cierta o no, no podemos evitar sobrecogernos ante tal posibilidad. Una curiosidad que desconocen muchos visitantes que se acercan a Caaveiro, y que no explican los guías del monumento, es que aquí se encuentra la mayor colonia de murciélago de Galicia, e incluso recientemente se ha descubierto una nueva especie de quirópteros. Con estos ingredientes, las noches en este frondoso bosque pertenecen sin duda al terreno de la leyenda y la fantasía. Además de la visita al propio monasterio, que no nos llevará más de 30 minutos, es muy recomendable bajar hasta el molino del río Serín por el camino empedrado que parte de la taquilla. Y es que el verdadero protagonista de este monasterio es sin duda el bosque atlántico que lo envuelve, y que presenta un estado de conservación extraordinario. Robles, castaños, nogales, abedules, acebos….No extraña en absoluto que este fuese uno de los parajes preferidos por el Generalísimo para sus escarceos pesqueros de su Galicia natal. El viejo molino está abandonado, pero ese es precisamente su encanto; la vegetación se ha encargado de tamizar sus arcos y piedras de musgos y líquenes, marcando el implacable paso del tiempo. De todos los enclaves que hemos podido descubrir en esta preciosa tierra, quizás sea este el que más nos invita a perdernos entre sus múltiples rincones.  Por eso el visitante que se acerca a Caaveiro cree descubrir un monasterio diferente, a poco que lo conozca en distintas estaciones y momentos del año. Y es que este monasterio está más vivo de lo que parece…
HISTORIA
Dice Isabel Aguirre (Vilagarcía de Arousa, 1937), la arquitecta que junto a Celestino García Braña dirigió el proyecto de rehabilitación de Caaveiro, que «el monasterio llegó a estar desaparecido». Y lo dice con ironía, claro. Pero añadiendo de inmediato, ya muy en serio, que «pudo haberse perdido para siempre». -¿Tan malo era su estado? -Hubo un momento, a finales del XIX, antes de que don Pío García Espinosa emprendiese su rehabilitación, en el que ya no se sabía ni dónde estaba el monasterio. Su existencia había caído en el olvido. Casi nadie recordaba ya ni cómo se llegaba, siquiera. Y ahora, cuando se procedió a su rehabilitación, nos encontramos, entre otras cosas, con que la roca sobre la que se asienta se estaba disgregando. Se abría en lajas, por lo que hubo que actuar sobre ella, en una intervención muy compleja, para solucionar la situación. Si no se hubiese hecho así, el monasterio habría podido perderse definitivamente. Tuvimos que consolidar la roca con bulones de acero. -¿Qué opinión le merecen las obras que dirigió, por encargo de García Espinosa, el canónigo López Ferreiro? -Son obras que se llevaron a cabo en un momento en el que el concepto de rehabilitación difería mucho del nuestro. Además, desconocemos con exactitud qué fue lo que él se encontró al llegar al monasterio. Pero lo que sí hay que reconocerle a López Ferreiro es que, en momentos muy difíciles, supo poner en valor el monasterio de nuevo. Hay que tener en cuenta que Caaveiro es un referente en el patrimonio gallego. Un referente mítico. Tuvo ya una enorme importancia en la Edad Media, una actividad enorme, pero más allá de eso hay que tener en cuenta que está situado en un lugar único. Un lugar que no se parece a ningún otro. La singularidad de Caaveiro no nace de su tamaño, sino de lo que representa. Hasta paisajísticamente es de lo mejor que tenemos en España. Es como un nido de águilas, situado en un paraje ecológicamente excepcional, entre dos ríos y sobre una cresta de piedra. -Y volviendo al presente, ¿cómo fueron estos años de trabajo? -Fueron años en los que Celestino [García Braña] y yo discutimos mucho sobre lo que estábamos haciendo. O quizás discutir no sea la palabra. Pero sí reflexionar. Reflexionamos los dos, constantemente, sobre lo que había que hacer. Y no siempre coincidíamos en nuestros puntos de vista antes de llegar a un acuerdo. Nuestra labor fue, por momentos, muy compleja. Porque queríamos conservar el alma y la memoria del lugar. Pero ha sido muy bonito rehabilitar Caaveiro. Un lugar tan envuelto en la leyenda. -Hablando de leyendas, ¿qué eran esos subterráneos en los que la literatura popular quiere ver celdas y lugares de tormento? -Pues muy probablemente bodegas para conservar fresco ya no solo el vino, sino también otros alimentos. Pero nunca sabremos todo de Caaveiro. Habitará para siempre el misterio.

 

 
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